Con frecuencia vemos en la
televisión noticias acerca de niños, púberes, adolescentes que han sido
agredidos por sus compañeros, o que son insultados, ridiculizados a través de
internet en Facebook, en las redes sociales, y se anuncian medidas para evitar que esto
ocurra: los estudiantes deben estar alerta y denunciar cualquier acto de
violencia del que sean testigos, los profesores, además tienen que explicar
cómo se han de comportar en clase los alumnos los unos con los otros. Se debate
acerca de cuál será el castigo más efectivo para los violentos.
Nadie se pregunta por qué un
chico agrede ni por qué otro se deja agredir. No todos los chicos agreden ni
todos los chicos corren peligro de ser agredidos. Nadie se pregunta por qué los
chicos víctimas de acoso lo ocultan a sus familiares.
El niño no aprende a ser cruel
contemplando la crueldad en la televisión, en la escuela, por el mal ejemplo de los
amigos, sino solamente si la padece en su propia carne y se ve forzado además a
reprimir sus sentimientos. Es de los
adultos, de sus padres, de quienes le cuidan, y no ha recibido amor, de quien el niño aprende a odiar, a atormentar, a
torturar, y a disimular tales
sentimientos con mentiras e hipocresías.
Actualmente hay tanto madres como padres que consideran el castigo de sus hijos como un deber, como si
eso fuera lo más natural del mundo, y toda
reacción agresiva del hijo contra ese abuso de su persona, contra esa
injusticia, suele ser reprimida consiguiendo con esta represión que los hijos tengan un comportamiento
destructivo en la adolescencia, en la edad adulta.
Hay padres que consideran su comportamiento correcto y necesario. Otros opinan que
quizás éste no sea del todo correcto pero sí inevitable porque los niños son a
veces difíciles y ellos se ven abrumados. Por eso no les queda más remedio que pegar. Piensan
que tienen el deber de educar a los hijos de la misma manera o parecida a como
lo hicieron sus padres. Es frecuente escuchar que una bofetada más o menos no
perjudica, que ellos recibieron azotes, bofetadas de sus padres y no pasó nada.
Esta idea, a pesar de la contradicción que contiene, pasa sin problemas de una
generación a otra porque estamos acostumbrados a ella. Pero el amor y la
crueldad se excluyen mutuamente.
Ocurre que esos padres han
olvidado cómo se sintieron cuando sufrieron esos malos tratos y no son
conscientes de cómo han influido y están influyendo en su vida adulta.
¿Qué aprende el niño cuando es
castigado? Dejará de hacer aquello por lo que se le castiga por miedo.
Aprenderá que el más fuerte puede imponer su voluntad sobre el más débil
haciendo uso de la violencia, disimulará sus sentimientos agresivos hacia
aquellos que le castigan por miedo, se vengará tratando de forma agresiva a los
que considere más débiles y esperará a ser adulto para vengarse descargando la
rabia, la ira contenida, con actos violentos contra la sociedad que considera
como representante de aquellos que le maltrataron.
El niño pequeño que se ve
atormentado por adultos ignorantes necesitará vengarse, si no recibe amor, de
las heridas que le infligieron y, por regla general, herirá a su vez en el futuro a sus
propios hijos, afirmando que su comportamiento no puede herir a nadie porque
sus padres, que le querían, hicieron lo mismo con él.
Los llamados niños difíciles e
insoportables son convertidos en tales por los adultos.
Cuando el niño es golpeado por sus padres, a los que ama, y le han adiestrado desde el principio en la
obediencia, para sobrevivir no le queda más remedio que callar su dolor y su
ira y reprimir mentalmente toda la situación ya que para poder mostrar su enfado,
necesita la confianza y la experiencia de que no lo castigarán por ello. Recurrirá al olvido y al silencio e
idealizará a los padres hasta el punto de creer que jamás han cometido un error.
“Si me pegaban sería porque me lo merecía”.
El olvido y la represión serían
una buena solución si con eso estuviera todo arreglado. Pero los dolores
reprimidos dificultan la vida sentimental y producen síntomas físicos. Y lo
peor de todo: el adulto que fue un niño maltratado con el nacimiento de los hijos siente que por
fin tiene una posibilidad de descargar sin escrúpulos la rabia acumulada
durante años, y lo hace, a menudo sin darse cuenta de ello, porque una fuerza
desconocida le impulsa a tales actos.
Cada acto de violencia es al
mismo tiempo una demanda de ayuda. No hay justificación para los criminales,
violadores, genocidas, pero esos monstruos no nacieron así, cuando analizamos
la infancia de éstos personajes siempre encontramos situaciones de malos
tratos, odio, desprecio de forma continuada en los primeros años de su vida.
Esa es la forma de hacer de un niño inocente una persona absolutamente malvada.
Un niño que durante su infancia
se siente amparado, querido, protegido y
escuchado por su madre, por su padre, no
consentirá ser maltratado por nadie. El
niño que ha sentido que es digno de amor, de ser protegido, sabrá encontrar
amparo incluso en personas desconocidas y será capaz de defenderse por sí mismo.
Será capaz de advertir y evitar el peligro. Si se ha sentido maltratado en la
escuela por compañeros, maestros, recurrirá a sus padres para que le ayuden, no sentirá
merecer ese maltrato, lo sentirá como injusto y no callará, avergonzado, lo que
le está sucediendo. El niño que se ha sentido amado por sus padres, se amará,
se cuidará, se protegerá.
Pegar o humillar a un niño o
abusar sexualmente de él es un crimen porque significa dañar a una persona para
toda la vida. Del hecho de que todo agresor haya sido anteriormente una víctima
no se desprende que toda persona que haya sido maltratada tenga que acabar
necesariamente maltratando a sus hijos. No tiene por qué ser así obligatoriamente sobre todo si esa persona, en su infancia tuvo ocasión de
recibir de otra persona, aunque sólo fuera una vez, algo que no fuera maltrato
y crueldad: un maestro, una tía, una vecina, una hermana, un hermano, un abuelo...Sólo la
experiencia de ser querido y apreciado permite al niño identificar la crueldad
como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es
imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de crueldad, seguirá sometiéndose a la crueldad, y más tarde, cuando,
ya adulto, disfrute de su poder, la ejercerá él también, como si fuera algo
completamente normal.
La mayoría de los padres que
maltratan gravemente a sus hijos no son conscientes del daño que les hacen.
Tampoco experimentan sentimientos de culpabilidad porque en su infancia
recibieron un tratamiento parecido y aprendieron a considerarlo correcto. Creen
firmemente que si pegan y tratan con crueldad a sus hijos es para que éstos
adquieran un buen carácter. Son padres que entienden mal lo que es la
responsabilidad que tienen respecto a sus hijos. Cuando eran pequeños no
pudieron aprenderlo, porque sus padres tampoco conocían esa responsabilidad. La
malentendían, tomándola como un derecho a abusar de su poder. Los padres, sobre
todo los padres jóvenes han de entender que responsabilidad no es abuso de
poder. Así mismo es necesario que socialmente se reconozca que los malos tratos
a la infancia causan daños para toda la vida, y eso nos afecta a todos: los
abusadores, violadores, maltratadores, criminales, dictadores, antes han sido
abusados, violados, maltratados, sometidos, por aquellos que no sólo tenían
poder sobre ellos, sino que además eran aquellos a quienes ellos amaban,
aquellos que tenían la responsabilidad de protegerlos y cuidarlos.
Al engendrar a su hijo, los
padres contraen el deber de cuidar de él, protegerlo, satisfacer sus
necesidades y no maltratarlo. La responsabilidad cae sobre sus espaldas,
independientemente de que sean conscientes o no de las consecuencias de sus
actos. El niño no es una cosa, un objeto con el que los padres pueden dar
satisfacción a sus necesidades sino un ser indefenso que necesita mucha
dedicación para poder crecer, desarrollarse. Esto es algo que hay que tener muy en cuenta a la hora de decidir si tener un hijo o no.
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