jueves, 12 de abril de 2018

ACOSO ESCOLAR: ¿CÓMO ESTAMOS EDUCANDO A NUESTROS HIJOS?


Con frecuencia vemos en la televisión noticias acerca de niños, púberes, adolescentes que han sido agredidos por sus compañeros, o que son insultados, ridiculizados a través de internet en Facebook, en las redes sociales, y se anuncian medidas para evitar que esto ocurra: los estudiantes deben estar alerta y denunciar cualquier acto de violencia del que sean testigos, los profesores, además tienen que explicar cómo se han de comportar en clase los alumnos los unos con los otros. Se debate acerca de cuál será el castigo más efectivo para los violentos.
Nadie se pregunta por qué un chico agrede ni por qué otro se deja agredir. No todos los chicos agreden ni todos los chicos corren peligro de ser agredidos. Nadie se pregunta por qué los chicos víctimas de acoso lo ocultan a sus familiares.

El niño no aprende a ser cruel contemplando la crueldad en la televisión,  en la escuela, por el mal ejemplo de los amigos, sino solamente si la padece en su propia carne y se ve forzado además a reprimir sus sentimientos. Es de los adultos, de sus padres, de quienes le cuidan, y no ha recibido amor,  de quien  el niño aprende a odiar, a atormentar, a torturar,  y a disimular tales sentimientos con mentiras e hipocresías.

Actualmente hay tanto  madres como padres que consideran  el castigo de sus hijos como un deber, como si eso fuera lo más natural del mundo, y toda  reacción agresiva del hijo contra ese abuso de su persona, contra esa injusticia, suele ser reprimida consiguiendo con  esta represión  que los hijos tengan un comportamiento destructivo en la  adolescencia, en la edad adulta.
Hay padres que consideran su comportamiento correcto y necesario. Otros opinan que quizás éste no sea del todo correcto pero sí inevitable porque los niños son a veces difíciles y ellos se ven abrumados. Por eso  no les queda más remedio que pegar. Piensan que tienen el deber de educar a los hijos de la misma manera o parecida a como lo hicieron sus padres. Es frecuente escuchar que una bofetada más o menos no perjudica, que ellos recibieron azotes, bofetadas de sus padres y no pasó nada. Esta idea, a pesar de la contradicción que contiene, pasa sin problemas de una generación a otra porque estamos acostumbrados a ella. Pero el amor y la crueldad se excluyen mutuamente. 
Ocurre que esos padres han olvidado cómo se sintieron cuando sufrieron esos malos tratos y no son conscientes de cómo han influido y están influyendo en su vida adulta.

¿Qué aprende el niño cuando es castigado? Dejará de hacer aquello por lo que se le castiga por miedo. Aprenderá que el más fuerte puede imponer su voluntad sobre el más débil haciendo uso de la violencia, disimulará sus sentimientos agresivos hacia aquellos que le castigan por miedo, se vengará tratando de forma agresiva a los que considere más débiles y esperará a ser adulto para vengarse descargando la rabia, la ira contenida, con actos violentos contra la sociedad que considera como representante de aquellos que le maltrataron.
El niño pequeño que se ve atormentado por adultos ignorantes necesitará vengarse, si no recibe amor, de las heridas que le infligieron y, por regla general, herirá a su vez en el futuro a sus propios hijos, afirmando que su comportamiento no puede herir a nadie porque sus padres, que le querían, hicieron lo mismo con él.
Los llamados niños difíciles e insoportables son convertidos en tales por los adultos.

Cuando el niño es  golpeado por sus padres,  a los que ama, y le  han adiestrado desde el principio en la obediencia, para sobrevivir no le queda más remedio que callar su dolor y su ira y reprimir mentalmente toda la situación ya que para poder mostrar su enfado, necesita la confianza y la experiencia de que no lo castigarán por ello.  Recurrirá al olvido y al silencio e idealizará a los padres hasta el punto de creer que jamás han cometido un error. “Si me pegaban sería porque me lo merecía”.
El olvido y la represión serían una buena solución si con eso estuviera todo arreglado. Pero los dolores reprimidos dificultan la vida sentimental y producen síntomas físicos. Y lo peor de todo: el adulto que fue un niño maltratado  con el nacimiento de los hijos siente que por fin tiene una posibilidad de descargar sin escrúpulos la rabia acumulada durante años, y lo hace, a menudo sin darse cuenta de ello, porque una fuerza desconocida le impulsa a tales actos. 
Cada acto de violencia es al mismo tiempo una demanda de ayuda. No hay justificación para los criminales, violadores, genocidas, pero esos monstruos no nacieron así, cuando analizamos la infancia de éstos personajes siempre encontramos situaciones de malos tratos, odio, desprecio de forma continuada en los primeros años de su vida. Esa es la forma de hacer de un niño inocente una persona absolutamente malvada.

Un niño que durante su infancia se siente amparado, querido, protegido  y escuchado por su  madre, por su padre, no consentirá  ser maltratado por nadie. El niño que ha sentido que es digno de amor, de ser protegido, sabrá encontrar amparo incluso en personas desconocidas y será capaz de defenderse por sí mismo. Será capaz de advertir y evitar el peligro. Si se ha sentido maltratado en la escuela por compañeros, maestros, recurrirá a sus padres para que le ayuden, no sentirá merecer ese maltrato, lo sentirá como injusto y no callará, avergonzado, lo que le está sucediendo. El niño que se ha sentido amado por sus padres, se amará, se cuidará, se protegerá.

Pegar o humillar a un niño o abusar sexualmente de él es un crimen porque significa dañar a una persona para toda la vida. Del hecho de que todo agresor haya sido anteriormente una víctima no se desprende que toda persona que haya sido maltratada tenga que acabar necesariamente maltratando a sus hijos. No tiene por qué ser  así obligatoriamente sobre todo si esa persona, en su infancia tuvo ocasión de recibir de otra persona, aunque sólo fuera una vez, algo que no fuera maltrato y crueldad: un maestro, una tía, una vecina, una hermana, un hermano, un abuelo...Sólo la experiencia de ser querido y apreciado permite al niño identificar la crueldad como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de crueldad, seguirá sometiéndose a la crueldad, y más tarde, cuando, ya adulto, disfrute de su poder, la ejercerá él también, como si fuera algo completamente normal.

La mayoría de los padres que maltratan gravemente a sus hijos no son conscientes del daño que les hacen. Tampoco experimentan sentimientos de culpabilidad porque en su infancia recibieron un tratamiento parecido y aprendieron a considerarlo correcto. Creen firmemente que si pegan y tratan con crueldad a sus hijos es para que éstos adquieran un buen carácter. Son padres que entienden mal lo que es la responsabilidad que tienen respecto a sus hijos. Cuando eran pequeños no pudieron aprenderlo, porque sus padres tampoco conocían esa responsabilidad. La malentendían, tomándola como un derecho a abusar de su poder. Los padres, sobre todo los padres jóvenes han de entender que responsabilidad no es abuso de poder. Así mismo es necesario que socialmente se reconozca que los malos tratos a la infancia causan daños para toda la vida, y eso nos afecta a todos: los abusadores, violadores, maltratadores, criminales, dictadores, antes han sido abusados, violados, maltratados, sometidos, por aquellos que no sólo tenían poder sobre ellos, sino que además eran aquellos a quienes ellos amaban, aquellos que tenían la responsabilidad de protegerlos y cuidarlos.

Al engendrar a su hijo, los padres contraen el deber de cuidar de él, protegerlo, satisfacer sus necesidades y no maltratarlo. La responsabilidad cae sobre sus espaldas, independientemente de que sean conscientes o no de las consecuencias de sus actos. El niño no es una cosa, un objeto con el que los padres pueden dar satisfacción a sus necesidades sino un ser indefenso que necesita mucha dedicación para poder crecer, desarrollarse. Esto es algo que hay que tener muy en cuenta a la hora de decidir si tener un hijo o no.  

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