El amor no es posesión sino justamente todo lo contrario.
Amar es dar lo que no se tiene a quien no es, según Lacan. ¿Qué quiere decir?.
Amar es mostrarse en falta, es reconocer que hay algo en el otro que uno desea .
Amar es aceptar la castración, es admitir que no existe la completud.
Todos
tenemos la fantasía de que es posible un estado de máxima felicidad donde todo
se tiene y nada se desea, generalmente lo asociamos con el tiempo que hemos pasado
en el seno materno. Así mismo sentimos esa sensación cuando nos enamoramos.
Siempre es temporal. A medida que pasa el tiempo empezamos a encontrar fallos
en la relación, ya no es como al principio, algo falta. Reconocer que no existe
la completud, la pareja perfecta, es lo que evita una incesante búsqueda de
parejas.
Ser consciente de que el otro no nos completa, que no lo es
todo, conlleva admitir que tampoco uno es todo para el otro y esto es muy
importante porque si el otro desea algo que no le podemos dar porque no existe,
no se vive como “si yo no soy suficiente para él otro es porque algo en mí
falla” o “sin ese otro no puedo vivir” o “¿qué tiene él, o ella, que yo no
tengo?
Una de las formas en las que se manifiesta el amor como
posesión son los celos patológicos.
Inicialmente el recién nacido y la madre forman un todo. El
niño siente que la madre es de su propiedad, siente que él es lo único que ella
desea. El ocupa sus pensamientos, su corazón. Siente una gran frustración
cuando descubre que hay otro en el interés de su madre como ocurre en el caso
de los hermanos. “¿Por qué mi madre le quiere a él más que a mî? ¿Qué tiene él
que no tengo yo? Los celos fraternales
son universales. Podemos considerarlos como normales siempre que no superen
determinados límites.
Puede que el niño no tenga hermanos, pero la madre se
ausenta, está interesada por otras cosas. “¿Por qué mamá no está siempre
conmigo?” “¿Qué otra cosa desea que yo no le puedo dar?”
Más adelante, en la etapa edípica, el niño rivalizará con
la madre por el amor del padre y con el
padre por el amor de la madre. “Mamá quiere a papá, papá a mamá, a mí nadie me
quiere”. Se sentirá excluido en esa relación de tres. Surgirán celos por el
temor a perder el amor de la persona que ama y envidia porque hay otro que
disfruta de lo que el no. Igual que en el caso anterior podemos considerar
estos celos como normales siempre que no excedan ciertos límites.
El miedo a no ser querido genera mucha inseguridad. La
necesidad de ser querido entonces hace que se busque al otro que creemos nos
hará felices y no podamos separarnos de él porque tiene lo que nos hace falta.
Pensamos que en cuanto al amor la dificultad está en
encontrar la pareja adecuada cuando realmente la dificultad está en el saber amar y, más aún ,en amarse, en quererse, en tener lo que conocemos como “buena autoestima”. El
niño quiere que sus padres estén
contentos con él, que se disgusten le hace sentir mal, inseguro, porque depende
de ellos y de su amor, teme no ser querido, rechazado. Su vida depende de
ellos. Pero contentar a los padres no siempre es posible porque no puede evitar
hacer cosas que le parecen divertidas y no gustan a sus padres. No siempre le
resulta fácil cumplir las normas. Incluso se enfada cuando los padres le prohíben
todo aquello que le divierte. Enfadarse con
los padres, sentir odio, agresividad hacia éstos le hace sentirse mal, a
los padres hay que quererlos siempre (se lo merezcan o no) se siente mal hijo.
De como sea el equilibrio entre los sentimientos de amor odio que el niño
siente hacia sus padres dependerá la fuerza de los sentimientos de culpa que se
originan en los primeros años de vida y de los que va a depender la buena o
mala autoestima, es decir, el amor hacia uno mismo.
A veces amor y posesión se confunden.
En nuestra cultura
amor y posesión en muchos casos van asociados y eso nos lleva a pensar que amar
es poseer. Sin darnos cuenta imponemos obligaciones al otro, le exigimos que
sea de tal forma, para ser dignos de nuestro amor. Las relaciones entre padres
e hijos han ido cambiando a lo largo del siglo XX y éste en el que vivimos.
Hemos pasado de considerar a los hijos como posesión casi absoluta, de forma manifiesta, de los padres durante toda la vida a otra más leve y menos manifiesta pero
todavía en muchos casos el hijo se considera como una posesión por parte de los
padres. Se exige al hijo que actúe de forma tal que siempre les tenga contentos, que no les disguste, sin tener en cuenta que el estar contento o disgustado
no depende del otro sino de uno mismo.
“Me matas a disgustos”, “Eres lo que más quiero en la vida,
sin ti no sé que haría, eres lo único bueno de mi vida” “Soy feliz si tù eres
feliz, si sufres sufro” Son frases que se dicen a los hijos y condicionan la vida
adulta de éste.
Consulta un hombre de cincuenta años. Es el pequeño de cinco
hermanos. Desde hace dos años tiene una relación con una chica pero está
pensando en dejarla aunque con ella mantiene una buena relación pero no es la
relación que él quiere. Quiere a otra mujer con la que rompió porque a su madre
no le gustaba. Vive en la casa de los padres porque nunca ha vivido en otro
sitio. Siempre ha vivido ahí. Ahora sus padres han muerto, ha arreglado la casa
y su pareja vive con él. El padre enfermó del corazón y él estuvo cuidándole junto
con su madre hasta que murió. “ Mi madre era ama de casa. QUERÍA A SUS HIJOS EN CASA. Yo era
su bastón. Me podìa pedir cualquier
cosa. Tenía mucha dependencia conmigo . Solo tenía el cariño de los hijos. Me he sacrificado y me he quedado en casa
para que saliera yo cuidaba de mi padre que estaba encastrado en un sillón, tenía parkinson. No quería
entenderme dependía de mi y si yo salía a divertirme ella lo impedía. Salía a
dar una vuelta y ella se hacía daño. Era una rebelde que quería estar siempre conmigo.
Fue bastante egoista . Ha querido lo mejor para todos. Cuando murió mi padre pensé que era hora de
tener una relación. Conocí a una chica, salí con ella. Discusiones con mi madre porque no quería esa relación. Era una chica cubana. Nos veíamos los fines de semana y algún día de
fiesta. Hablábamos por teléfono. Le mentí, le dije que quería a
otra persona para romper la relación. Cuando la DEJÉ LLORÉ COMO UN NIÑO PEQUEÑO, LE DIJE QUE NO LA
QUERÌA, QUE NO ESTABA ENAMORADO DE ELLA. LLORÉ AMARGAMENTE Y ME DOLIÓ
MUCHO DEJARLA pero ya no soportaba las discusiones con mi madre. Con ella era
feliz, la dejé por mi madre y empecé con mi pareja actual que a mi madre
siempre le gustó.”
Cuando el otro es considerado como objeto y no como sujeto
no hay relación de amor sino de posesión.
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